Quisiste creer que había terminado, fingiste estar en paz
mientras vivías en medio de explosiones de guerra, sonreíste cuando una lágrima
resbalaba por tu cara, un “te quiero”, un “te amo”, o un “te extraño” que
tragaste por orgullo y queriendo suplicar para que vuelva dijiste “no te necesito”…¿Fuerte? ¿O confundí
fuerte con mentiroso? Quizás ni vos querías saber cuánto te dolía, siempre fue
más fácil rendirse pero vos preferiste luchar. Dejamos los sentimientos
de lado y dominados por la razón nos obligamos a no sentir, nos negamos
lo que pueda parecer el placer de sentir amor porque quien sabe que va a salir
herido prefiere prevenir que curar. La
dureza del silencio puede opacar cualquier verdad, cualquier mentira o
cualquier confesión guiada por el corazón. El silencio del duelo de una
despedida, observar de lejos como se retiran tus contrincantes en una derrota
contra la barrera que muestra tu corazón y ninguno tuvo el gusto de
traspasarla, porque asimismo ninguno fue capaz de notar que esa barrera
ocultaba un alma rota, una tristeza convertida en rabia y un dolor penetrante
convertido en resentimiento. Y ahí vos parado, con la frente en alto, fingiendo
una vez más la impenetrabilidad emocional, te derrumbaste, te caíste por
dentro, o quizás nadie te levantó de esa caída primera, porque vos, como buen
elector, decidiste esperar a quien viera tu realidad desde el interior, y no
desde la imagen exterior que buscabas dar. Siempre
fue mejor defenderse que atacar.
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