Dulces latidos adormeciéndote el alma al compás del amor,
cerraste el cuerpo, las ideas y el corazón, esclavizaste tus dolidos
sentimientos para evitar sufrir. No escuchabas nada salvo la palpitación de una
nueva mañana y de la rutinaria risa que invadía tu alrededor, no sabes de dónde
proviene el chiste pero es bueno mientras te haga olvidar que en algún momento
amaste, y amaste, y amaste hasta romperte en mil pedazos como un delicado
cristal que choca contra el piso, como un delicado cristal aplastado,
irreparable, perdido y completamente arruinado. Corriste al lado de quien te dio
felicidad, corriste con quienes juraron un “para siempre”, corriste en ayuda de
quien la necesitó, pero un día tuviste que correr en busca de nuevo aire, ahogándote
en lágrimas y soledad nublada, corriste porque estabas perdido, desolado,
corriste perdiendo de vista el destino que anhelabas. Ni la más alegre de las sonrisas, ni la más brillante de las miradas,
ni el más cálido de los abrazos provocan en vos ahora una vibración, no te toca el
alma ninguna caricia, porque la astilla que llevas clavada pincha incluso a
quien intenta sacarla. Ves tropezar y no sacas tus manos de los bolsillos
para ayudar; tu escudo, la desconfianza,
tu espada, la venganza; con jugadores como vos es difícil armar equipos, es
dura la guerra, tu frío congela cualquier intento de cariño, no hay llave que
abra tus puertas, y sin embargo, ni el más duro de los muros, ni la más alta
muralla, ni la misma alarma de seguridad fue capaz de avisarte o frenar a quien
osó entrar por la puerta trasera.
Te declararon la guerra. Sus ojos, más oscuros que los
tuyos, impidieron cualquier oportunidad de que invadas. La delicada,
inteligente y silenciosa manera de jugar fueron llevándote a su laberinto, la
astucia de cualquier movimiento la frenaba con su cálida disculpa, la desviaba
con sus brotes de seducción, aquel alma, oh aquel alma! Era capaz de resucitar
los muertos, de matar los vivos, de curar enfermos y de enfermar al más sano;
Aquel alma no corría carreras porque ya las había ganado, no tenía competidores
ni enemigos, no conocía el sabor a la derrota ni el tropezón que no es caída. Aquel
alma derrochaba alegría allí por donde pasaba, su risa impenetrable no
desvelaba los secretos más profundos de su ser, pero vos sabías que ocultaba
algo, vos reconocías aquella barrera de protección. Así fuiste jugando al detective y bajando la guardia, fuiste descongelando cada hielo en vos, rompiendo
cada piedra y matando a tus propios soldados, porque vos, rey de tu reino, te derretiste ante el sol de tu reina,
cediste ante el mayor de los peligros, que pasando desapercibido fue colándose
en tu corazón, no hubo prevención ante tal enfermedad, no hubo cinturón de
seguridad que frenara tal accidente, no hubo defensa que amortiguara tal
ataque; Porque incluso la más salvaje de
las bestias, el más fuerte de los superhéroes, el más retorcido de los villanos
y la más insensible de las criaturas tienen una debilidad; quien le roba su
fuerza pero los saca del pozo en el que se encuentran hundidos, ese habilidoso
ser, es, justamente, su gran debilidad, su enemigo peor, su bella salvación. No
hay velocidad que supere la del amor, que por mucho que tarde siempre alcanza
al corazón.