Había una vez una princesa que vivía en un castillito a las orillas del mar. Esa princesa tenía muchas amigas también princesas. Todas ellas siempre jugaban juntas a lo que cualquier princesa jugaría, no eran diferentes del resto, aunque ellas creían ser muy especiales con sus vestidos y coronas. Un día la princesa se peleó con otra porque ninguna quería ser la maldita sirvienta en el juego de la reina. Entonces la princesa muy enojada se fue a pasear por la playa, pero se dio cuenta que los tacos se hundían en la arena y se los sacó; Mientras seguía caminando se pisaba el vestido así que mejor se lo sacó y fue a meterse al agua. Cuando salió tenía la corona enredada en el pelo y con mucho trabajo logró sacársela; Tampoco le había quedado maquillaje. Más tranquila porque el baño la había relajado continuó con su paseo. No muy lejos de allí había un barco con gente vestida extraña cargando cosas, cajas y valijas, y cuando la vieron acercarse le ofrecieron comida y ropa, incluso viajar con ellos, pero entonces la princesa con miedo contestó "No! Gracias por todo, pero yo no me puedo ir, la gente me necesita." y cuando notó las miradas extrañadas agregó "es que soy una princesa." y sonrió satisfecha. Pero uno de aquel grupo, que decían llamarse Los Viajeros, contestó "¿Y eso qué importa? Si nunca conoces otros lugares no podes estar segura de dónde te necesitan."
Ofendida la princesa se marchó a su castillo, pero cuando quiso entrar no la reconocieron sin la corona, ni el maquillaje, ni los zapatos ¡Y con otra ropa! Así que tuvo que ir a buscar a sus amigas, las cuales al verla así rápidamente se alejaron, asqueadas.
La princesa llorando desconsoladamente, asustada y triste corrió nuevamente a la playa. Pero alguien se le apareció, era el viajero de antes "Oye princesa, ¡No llores! ¿Qué sucede?" y entre sollozos le dijo "Yo no soy ninguna princesa." El viajero la miró enternecido y le dijo "Nadie necesita ser una princesa." y le tomó la mano. Juntos fueron hasta el barco y una vez allí él la miró expectante. La princesa nunca había estado tan segura, se sentía tan diferente sin toda esa superficialidad en la ropa, sin todas esas apariencias que solían ahogarla. Se sentía, por primera vez en su vida, libre. La princesa y el viajero subieron al barco.
Ese viajero no parecía un viajero, parecía un pájaro. Esa princesa no parecía una princesa, parecía un pichón. Aquel pájaro, antes de que partieran, le dijo al pichón "Tanta naturalidad te queda bella" y la sonrisa del pichón iluminó el cielo de aquella noche.
Ofendida la princesa se marchó a su castillo, pero cuando quiso entrar no la reconocieron sin la corona, ni el maquillaje, ni los zapatos ¡Y con otra ropa! Así que tuvo que ir a buscar a sus amigas, las cuales al verla así rápidamente se alejaron, asqueadas.
La princesa llorando desconsoladamente, asustada y triste corrió nuevamente a la playa. Pero alguien se le apareció, era el viajero de antes "Oye princesa, ¡No llores! ¿Qué sucede?" y entre sollozos le dijo "Yo no soy ninguna princesa." El viajero la miró enternecido y le dijo "Nadie necesita ser una princesa." y le tomó la mano. Juntos fueron hasta el barco y una vez allí él la miró expectante. La princesa nunca había estado tan segura, se sentía tan diferente sin toda esa superficialidad en la ropa, sin todas esas apariencias que solían ahogarla. Se sentía, por primera vez en su vida, libre. La princesa y el viajero subieron al barco.
Ese viajero no parecía un viajero, parecía un pájaro. Esa princesa no parecía una princesa, parecía un pichón. Aquel pájaro, antes de que partieran, le dijo al pichón "Tanta naturalidad te queda bella" y la sonrisa del pichón iluminó el cielo de aquella noche.