En el punto justo de inflexión, he visto apagarse todas las
luces mientras todos se marchaban, y yo, inmóvil y muda solo podía observar
como un cuerpo muerto, como una presencia, sin terminar de pertenecer del todo
a esa realidad.
Una vez sola, en aquella oscuridad, me senté despacio y miré
a mi alrededor, pero mire como se mira cuando no se entiende lo que se ve.
¿Cómo te podes quedar tan solo habiendo estado rodeado de tanta multitud? Lloré
mares hasta que el alma se me fue limpiando, con aquel llanto desconsolado
saqué todo el dolor afuera. Algunos se habían ido aunque yo los quise retener,
otros se habían marchado porque les llegó el momento, otros nunca habían
estado, y otros, me quise mentir, con que habían querido estar. Todavía
incrédula me levanté y busqué por aquel lugar vacío y oscuro, saque las cosas
de su lugar, las rompí, las volví a acomodar, me escondí y volví a salir, grité
para escuchar el sonido de mi voz, aquel eco que parecía hacerme compañía.
Nada. Mejor dicho, nadie. Allí no había nadie. Se sentía exactamente como la
desolación, como cuando nadie te saca el aburrimiento, como cuando nadie te
hace la comida, como cuando nadie te llama, como cuando nadie te espera en
casa, como cuando nadie se enoja con vos, como cuando no existís, sentirse
solo se siente como no existir. Desconsolada y lastimándome a mí misma
muero acostada en aquel lugar.
Curioso. Curioso es que cuando todo estaba terminando, todo
volvió a empezar. Moría, entonces reviví. Alguien enciende las luces, y lo veo
todo en esa mirada. Aún tirada, sollozando, observo como camina hacia mí esa
persona, y cuando llega me hace ver que incluso hay otras personas allí. No estoy sola. Ni siquiera lo estaba.
Es que la oscuridad de aquel lugar se había apoderado de mi visión. Y es que,
esa persona le había dado luz de nuevo a mi oscuridad, aquella persona me
mostró que estaba rodeada de seres queridos y no sola (¿Muchos? No, muchos no,
solo reales), aquella persona, junto con las demás, me secaron las lágrimas y
me dieron la fuerza necesaria para levantarme. Me sentía deslumbrada; la luz me
abrazó el corazón y la oscuridad se apagó. Me sentía aliviada; ahora entendía
que no era tan desagradable estar en aquel lugar. Me sentía querida,
acompañada, me sentía bien, porque todas aquellas personas no se habían ido en
ningún momento, habían estado, desde la oscuridad, acompañando. Todas esas
personas me habían dado una mano solidaria, una oreja paciente y un lugar en su
corazón. Esas personas me habían dado lo que realmente se necesita, lo que
realmente yo buscaba. Lo esencial era tan obvio que a veces parecía ser
olvidado, era tan fácil de dar que a veces
costaba, era tan necesario que incluso no se notaba, era tan, más que
nada, bello, que a veces se ensuciaba.
Pude entender más incluso de lo que me habían querido
explicar, me prometí a mí misma dar lo mejor de mi ser a todas esas esencias
con las que estoy conectada de verdad. No importa cuántos estén alrededor, lo
básico y principal es los que están adentro. Y no, nunca estás solo. Nunca estás
sola. Y quizás, cuando nadie venga a prenderte la luz, es porque vos tenías que
prender una luz pero te fuiste, te fuiste con la multitud. Anda, levantate y
anda a prender la luz que dejaste apagada, anda a darle una mano a quien
dejaste tirado, anda a prestarle oído a quien dejaste hablando, hacele un lugar
en el corazón a quien te invitó al suyo. “Acordate de donde saliste y a
costillas de quien” dice Callejeros. A veces nos dan, a veces damos.
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