Después de las palabras vienen los silencios. O las
acciones.
Después de un par de excusas, un par de promesas, un par de
comentarios o comunicaciones se le sucede todo. O nada. Quizás porque lo dicho
es tan primordial como lo hecho también pierde su importancia, porque las
palabras son más fuertes y sin embargo ejercen menos fuerza. Nos atamos con
tanta facilidad al decir que el hacer pasa a un segundo plano, y cuando el
hecho nunca hace presencia entonces las palabras dejan de tener validez. Acá es
donde está el hábil juego, las idas y las vueltas, el mecer de una realidad
inconcreta y abstracta que no dice nada. Nada, pero lo dice todo del hablador,
aquel que con un par de frases sinceras o mentirosas sentenció una verdad y a
partir de ahí un largo trecho hasta cumplirse.
O bien puede ser una pregunta exigente, una de esas que se
enuncian en palabras y esperan por respuesta hechos, acciones, decisiones. Una
tirada a los dados del azar, como apostar un par de fichas sin saber qué va a
pasar. Preguntas expectantes, preguntas que a su receptor lo llevan a contestar
(mentira o verdad) y a partir de ahí todo o nada, más o menos. Quizás por eso a
veces el mentiroso no es tan culpable, ni tan malo ni tan bueno, culpable de
sus mentiras y no de los motivos.
H E C H O S . La prueba tácita de lo acotado, una maniobra
peculiar y peligrosa, hablar por demás o callarse demasiado, esquivar o salir a
buscar lo dicho.
Y quién sabe, la palabra puede ser muy importante y muy
honorable. Puede ser incluso muy sincera y perder valor porque los hechos
asustan. Un “te quiero” es fácil de
decir y de sentir, pero todo aquello que implica podría ser muy difícil de
cumplir, de sostener, de comprobar. En ocasiones las palabras con más simplicidad
para pronunciarse son las más complicadas de sujetar, al conllevar poner tanto
en juego y bailar en la incertidumbre de saberse ganador, llega a acobardar a más
de un jugador.
Y los hechos. Muchas veces silenciosos y definitorios, se
escabullen de ser expresados y cuando suceden nadie los ve. O sí. Brillan entonces
por su objetividad, pero corren el riesgo de pasar desapercibidos por no estar
implícitos. Acarrean la autenticidad de quien los concedió y con ello todo,
tanto lo bueno como lo malo, los hechos que esperamos y los que queremos
evitar.
Encuentro entonces la diferencia entre el hacer y el decir.
Ni menos ni más valor. Pueden hablar de lo mismo, el hacer será entonces
implícito y el decir explícito. De ahí a lo que prefieras es tu elección tanto
en recibir como en dar, el premio es para quien sepa equilibrar y coordinar, no
decir lo que no puedas hacer, no hacer lo que no sepas decir. Entre realidades
pocas son las diferencias, verdadero o falso lo determinas vos.