Amo escribir. Amo expresarme y comprender lo que otros
expresan. Sin embargo, no creo que jamás se puedan entender los sentimientos
ajenos ¡Son tan únicos! ¿Cómo podría osar explicar qué se siente cuando lees un
libro si sólo
conozco la sensación que me provocó a mí? Aun así, esa es la verdadera belleza
de escribir ¿no? De leer ¿no? Es algo tan inexacto y subjetivo que da lugar a
la apropiación por parte del lector. Entender y buscar captar esas ideas,
interpretar aquello que quiso decir, expresar, reflejar, aquello que quiso
poner en palabras.
Cada vez que alguien halaga la manera en que escribo, en que
me expreso o simplemente plasmo mis ideas, me hace sentir bien, muy bien. Claro
que podría
darme igual, no dejaría de escribir por el simple hecho de que no lo leyeran, o
que no les gustara, o que no me lo dijeran pero entran en juego un poco las
inseguridades del humano, un poco el egocentrismo del humano ¿A quién no le
gusta que lo halaguen? Sobre todo en aquello en lo que pretende progresar,
aquello que realmente le gusta y siente como parte de sí.
En más de una ocasión dejé de escribir,
ya sea
lo que sentía,
como un simple diario, o lo que me gustaba, más bien como mi blog. Sin embargo,
esas varias ocasiones siempre terminaron fugándose porque volvía a escribir.
Hay algo en mí que me lleva a querer poner en palabras lo que me pasa por la
mente. Esa masa de pensamientos y el cúmulo de sentimientos y sensaciones que
me agobian constantemente y le dan el gusto a la vida, todas esas cosas son las
que disfruto poniéndolas por escrito. Independientemente de si nadie
las vaya a leer (porque hay muchas cosas que jamás voy a publicar) o si sí
vayan a ser leídas; Porque sin importar el público, comprendí que
escribir realmente me gusta, es la manera que tengo de poner un orden en mi
ser, dejar que fluya mi inspiración. Creo que cada uno plasma su ser a su
manera, y no tiene porqué ser una forma del arte, hay quien tiene hobbies o
quien canaliza todo en el trabajo, o en un deporte. No importa, siempre y
cuando encuentres la manera de dejar salir todo aquello que tenes y te conectes
con esa forma. No me llevó poco tiempo entender que verdaderamente me gustaba
escribir, que no hice un blog porque estaba de moda y era divertido y
punto. Y que no escribía diarios típicos
sino que tenía una forma un poco especial, no porque sí y punto. Tampoco tarde poco tiempo en ver que podía,
muchas veces, ser más clara escribiendo que en cualquier otro aspecto de mi
vida y si bien hay infinidad de cosas que me faltan por mejorar, cualquier
profesional vería esto y probablemente lo descalificaría, ni siquiera estudio
una carrera relacionada con la escritura, con todo esto y más afirmo con una
fuerza inquebrantable que es muy bello saber que hay personas que se emocionan
con lo que escribo, que lloran, incluso que les toca una fibra sensible. Me
siento afortunada cuando alguien reproduce una frase mía, así me cite o no,
cuando alguien se toma tiempo de su vida para ver si le gusta o no lo que yo
escribo.
Creo que haber ocupado el lugar del que escribe (imagínense
que mis lectores no son cantidades ni siquiera grandes, hablo de apenas unos
pocos a los que les agradezco el interés) me concedió la suerte de apreciar
pequeños detalles. Detalles como hoy, que leí “Bajo la misma estrella” en tan
solo un día, me quedé completamente satisfecha. En primer lugar me pareció
excelente la facilidad con que te atrapa, es como si no pudieras dejar de
leerla porque no terminas de estar contento con lo que sabes y queres constantemente
saber más. Más allá de eso, destacable, admirable y envidiable la habilidad de
John Green para generar tantas sensaciones en un lector. Una simple persona que
se sumerge en un libro y (como aprendí
en semiología) establece un “Pacto de Ficción” por el cual asume que aquello
que lee es ficción,
pero aun así cancela su realidad para poder situarse y dejarse llevar
por la historia que lee.
Quizás quien haya visto únicamente la película no me entenderá, pero podrían
compararlo con cualquier otro libro que realmente les haya gustado, algo que
hayan leído y les haya llegado muy profundo, a un recoveco que no todos los
días se tiene en cuenta. Mágico el poder del escritor para llenarte de
sentimientos, para adentrarte tanto en la historia que como lector cueste
salir. Ni más ni menos que yo en este momento escribiendo esto. Es como si aunque no quisiera, la realidad de
la historia me fuera envolviendo y en determinados capítulos me descubro llorando
desconsoladamente por personas que soy consciente que ni siquiera existen.
Aunque no voy a ser injusta, el cáncer no es algo muy lejano a la realidad
actual. En otros momentos me inundaba en amor, me sentía enamorada, realmente
¿Saben lo difícil que puede resultar provocar eso en alguien? Y sobre todo en
alguien que en su vida real no está enamorado/a. Movilizar con palabras a otra persona, crear
algo a través de simples abstracciones, crear algo que aún así es abstracto.
Transportar a otra persona al lugar exacto que vos queres y el placer de que
esa persona, al terminar de apreciar tu obra, suspire, satisfecha,
felicitándote por tus dotes y apoyándote a seguir.
John Green compartió con nosotros su habilidad para la
escritura. Así como los cantantes comparten sus dotes para la música o los diseñadores
te permiten lucir sus trabajos. Todo eso, todo eso que creamos es una obra.
Habrá a quien le guste, a quien no, y habrá quien no exponga sus obras, pero
las creaciones son, por suerte, un bien compartido. Y es bello, muy bello,
apreciar pero también dejar apreciar. Dejate fluir en lo que sea que canalices
tu ser y ahí vas a entender, realmente, el placer de poner tus pesos en una
balanza nula.
Y no importa cuántas sean las personas que aprecien aquello que haces, porque
lo más importante es que te dejes ser a vos mismo y te veas progresar en lo que
te gusta. No necesitas, ni mucho menos, el juicio de nadie.
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