Clear your mind

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martes, 26 de noviembre de 2013

Amar nos hace eternos. Vivir, vivimos siempre.

Si siempre fue un hecho me pregunto porque aún lo dudo.

Encandilados por el amanecer transitamos hasta el final del túnel ¿Querer o no querer? Ni frenos ni dudas, un solo camino. Acorralados por el amor, dominados por el Super Yo, apegados a quien nos cuidaba del peligroso “real”.

Escalones, avanzar, todo en una misma línea y en una sola combinación. Movimientos coordinados, lucha incesante por llegar a lo más alto. No todos suben, nadie baja. Escalera de una sola dirección, sin vueltas atrás pero con escalones diferentes para cada uno, mientras que para algunos subirlos era cuestión de segundos, otros apenas podían entender la mecánica del juego.

Escuchábamos un goteo, el silencio de la noche incluso más tenebroso que los ruidos del día. Lluvia, lluvia que se precipitaba desde lo alto del edificio, gotas que resbalaban suavemente por cada ventanal para darle fin a su forma estrellándose contra el suelo. Sirenas, una sirena de la policía rondaba con notable velocidad dejándonos atrás para llegar a destino. Música, la melodía de algún jazz perdido sonando en algún club perdido de aquella ciudad perdida. Risas, carcajadas de una felicidad plena y ciega. Ciega, porque aunque todos lo sabíamos, nadie lo decía.

Infinidad de trenes frente a nuestros ojos, velocidades vertiginosas, atractivos completamente abismales en cuanto a diferencias. Incitaban a subir, incitaban a bajar; otros pasaban desapercibidos, otros parecían pedir a gritos atención. Trenes selectivos, discriminadores y altaneros que osaban cerrar sus puertas ante algún vivaracho que probaba suerte; otras, sin motivo aparente, se cerraban ante incansables luchadores que buscaban entrar a aquellos trenes.

Ni más ni menos que un circo de colores, miramos hacia arriba con la boca abierta encantados por la alternancia de las luces y las espléndidas vistas que ofrecía aquel techo abierto. Infinidad de estrellas que deslumbraban a todo aquel que las observara. Despreocupadamente desfilaba una equilibrista por la fina soga que colgaba de lo más alto de aquel lugar. Pronto nos distraía el escándalo de elefantes que corrían envueltos en mantos coloreados haciendo trucos como si de humanos se tratara. Pero bastaba con centrar la atención en un show que apresuradamente corría el siguiente a sorprenderte, como aquellos payasos que no dejaban lugar a la respiración entre risa y risa de su público, o aquel domador que sugerentemente metía la cabeza en la boca del león, o aquella pareja de jóvenes gimnastas que en las alturas se precipitaban y rebotaban y revoloteaban y caían sin miedo a lo que les pudiera suceder.

Se fueron apagando las luces, aquel camino no lucía similar a unos metros atrás, la grisácea niebla que nos rodeaba nos impedía torcernos a ver quienes venían atrás. Poco acompañados transitábamos aquel fangoso camino, hundiéndonos sin querer, quizás atinábamos a caernos, algunos se levantaban, otros preferían quedarse a descansar allí tirados. En la recta final había espinosas flores que en ocasiones nos pinchaban, tampoco era fácil distinguir los insectos que de manera socarrona daban vueltas a nuestro alrededor y nos mareaban los sentidos hasta poder picarnos como ellos eligieran.

Repentinamente alguien tomó nuestras manos; “Amor, nunca me sueltes” dijiste entre susurros; Aquel ser nos guió por un desvío, quizás un atajo para llegar a destino. Rituales oscuros a nuestro alrededor provocaban escalofríos en mí, y sin siquiera una explicación nos dejó allá. Ceñidos en oscuridad estaban nuestros pasos, allí a donde mirara una maléfica sombra amenazaba con consumirnos, vueltas enredadas en un laberinto de espejos rotos, carreras sin fin en dirección contraria. No había vuelta, no había salida, ni truco ni retruco que valiera en este juego. ¿Tirar la toalla? Ni hablar! Desconocía la derrota por vencerme a mí mismo. Intentos en vano de escapar, pero cada movimiento nos iba hundiendo en aquel fango que parecía nunca terminar. Nos quedamos en silencio, nos observamos detenidamente, finalmente nos miramos a los ojos.

Palpitaban nuestros corazones, un instante que nos llevó a la eternidad.


Mi luz siempre brilla, porque sé que tu luz siempre está conmigo. 






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